domingo, 9 de octubre de 2011

La residencia

La residencia

El cinturón de seguridad no tenía respuesta para aquietarle el asiento, -“Tan tranquilo como si fueras una foto”- como le había advertido la azafata a quien antes del segundo pase del carrito de la comida, había conquistado con sus simpáticas ocurrencias.

Era un muchachito de unos doce años, café con leche como la mayoría de los hijos de esta isla, Jesús era el nombre con que le habían bautizado. El “poloché” de rayas y los jeans arremangados especialmente enviados desde España para “el viaje”, no encontraron suficientes carnes para pretender ceñírsele al cuerpo,esculpido hasta ahí con gran dificultad proteica durante la infancia.

La diáspora le colgó al cuello un salvoconducto de ida, le habían llegado “los papeles” que lo juntarían por fin con el sueño de su mamá, quien vivía en los países y mensualmente mandaba euros a su abuela para mantenerlos en Santo Domingo.

El tintineo de los platos y los nacientes rayos de sol Europeo que se escurrían por las rendijas de las ventanillas que iniciaban su despertar, consintieron a sus piernas hastiadas de noche y Atlántico escurrirse del presidio del asiento; con una sonrisa transgredió la cortina entre “Bleachers” y “Business”, su desfachatada inocencia se asomó entre las butacas de primera clase abrió de par en par la escotilla,enmudeció por unos eternos instantes como para que sus ojos y entendimiento asimilaran lo que veían,entonces abrió los brazos como si fuera a volar y exclamó:

-¡Que linda es la tierra, Dios la bendiga!-

Un gran silencio se escuchó en todo el avión, cientos de ojos se posaron sobre él, el planeta se asomó por la ventanilla,creo recordar que antes de aterrizar hubo aplausos para Jesús y el universo.



Carlos H García Lithgow