martes, 5 de febrero de 2013

El Jodío Maratón


“Olvídate de Maratón ” fueron las tajantes, dolorosas e indiferentes palabras con las que el médico me recibió al ver los resultados de la resonancia. “Tienes una Bursitis Trocántérica con derrame del…” 

Con la primera frase ya había sido suficiente, no entendía los términos médicos que me explicaba, ni tampoco era que me importaran mucho; lo único en que pensaba era en que los madrugones para entrenar, los bonches me había perdido, los felices e interminables fondos de los fines de semana y todos esos sacrificios que solo quienes corren saben lo que significan, se habían desvanecido en lo que dicen berenjena.

En casa me ofrecieron hasta amarrarme porque me habían indicado reposo, pero resulta que esa palabra no aparece en mi diccionario. Entre pleitos y terapias, antiinflamatorios, idas al médico, placas y demás, me pasé las últimas semanas antes de “mentao” Maratón, pues dijeran lo que dijeran yo estaba decidida a hacerlo.

Resulta que tres días antes de irme, mi mamá, quien es mi acompañante, estilista, cargadora de termos, “manager” y fotógrafa en todas las carreras, se enfermó sin poderse siquiera mover y ahí fue cuando dije “ya si fue, me pasó como a Wilson Tong del Banco León, se me cayeron to’ lo’ palito”.

Pero gracias a Dios siempre aparece un alma piadosa, no dudé en llamar a Linette, mi mejor amiga y bastó con un “prepara tu motete, que nos vamos”.

Y entre tape de Kinesio, Gatorade y platos de pasta dieron las 6:15 a.m. del domingo, hora en que un pequeño grupo de dominicanos, cuya algarabía era más grande que el molote de corredores dentro del corral, salimos juyendo detrás de las ocurrencias y los 300 globos rojos de Purito, quien rara vez se calló en todo el trayecto.

“Me está dando unos puyones”, le decía yo al grupo, pues el dolor en mi pierna era casi insoportable, pero el apoyo entre todos podía más que cualquier molestia y sabía que más me dolería no cruzar esa meta.

Decidí bajar el ritmo para poder llegar, ya no veía la falda rosada de Aida, las medias altas de Yaneica o los tennis estrámbóticos de Claudia y hasta el último de los globos del comandante se me había perdido… y fue allí cuando me vi sola, en medio de una marabunta de extraños, que al igual que yo iban sin pausa detrás de su objetivo.

Entonces buscaba entretención en mi mente, me imaginaba a mis papás vueltos locos siguiéndome por GPS en Santo Domingo, a Linette de un lado a otro para ver si me encontraba, buscaba caras conocidas entre la gente, una bandera dominicana, o algo que me hiciera sentir acompañada, pero millas iban y venían y nanina. Y fue cuando dejé de buscar que escuché un: “¡Vamos Minita!” entre alguien del público, se me puso la piel de gallina, quedé asombrada, pues así solo me llaman en mi casa, se me había olvidado que llevaba el apodo en la camiseta.

En ese momento los desconocidos pasaron a ser mi apoyo, cada vez que oía “mangú power”, “plátano” o “que viva el romo” en boca de algún criollo, mis pies se aceleraban solitos; no olvidaré nunca una niñita de no más de cuatro años, quien me regaló una pulserita hecha por ella y una botellita de agua en las últimas millas de sed y cansancio.

Y en un pie, pero muerta de felicidad fue como crucé la meta y allí me volví a encontrar la falda rosada, las medias altas, los tennis estrambóticos, el abrazo de Linette y los 300 globos de Purito
Camila Garciá Durán