EL
SUR PROFUNDO: IMPRESIONANTE, BELLO, ¿NUESTRO?
SEGUNDA PARTE
Aun
preguntándome ¿por qué el camión llevaba cascajo en
vez
de Bauxita? , iniciamos nuestro ascenso desde el nivel del
mar y
el calor tropical hacia la reserva científica que es el
Pulmón
de la sierra de Bahoruco. A ésta, se accede por la
antigua
primera mega
carretera
construida en la República
Dominicana, que va desde El Aceitillar (mina de bauxita) hasta
Cabo
Rojo (puerto de embarque), en Pedernales. Fue hecha
por
la compañía “Alcoa Exploration Company”, a principios de
los
años 50, para el transporte de bauxita y posterior embarque
hacia
los Estados Unidos, desde entonces, no ha existido una mejor
carretera,
en la República Dominicana.
Es una de
las construcciones “eternas”
de cuando “La Era, era Era”,
con sus treinta kilómetros que resistían los
camiones amarrillos (Euclid)
tan altos que tenían escaleritas para que los
choferes se pudieran subir a la cabina.
Después
que los americanos, se marcharan pletóricos, en la década de los
ochenta
(dejando sin honrar la parte del contrato donde se
comprometían
a restaurar el daño ecológico), ésta pasó al
rango
de carretera turística, de la reserva científica.
A
medida que remontábamos la ladera sur de la sierra, un rastro
sanguinolento
en el pavimento, pronosticaba, el asomo de una
úlcera
ecológica. Cerca
de la mina Las Mercedes, el terreno
empezaba
a “engranojarse”, como si le hubieren dado una
mala
noticia. Ya dentro del filón, las palas y
camiones saciaban su
geofagia
como gusanos, devorándose las costras agónicas de un despojo.
Justo
al traspasar la mina, a los lados de la carretera el
aire
del ambiente cambió a humareda. Vimos decenas de
familias
numerosas haitianas, establecidas en claros de la
ladera
de la montaña, montones de hornos de carbón e
incipientes
conucos como una “sarna” que le cayó al bosque
infestado
por el menoscabo de la actividad humana sobre la
vía
turística. Conforme subíamos, la temperatura descendía
hasta
hacer el clima tan agradable, que nos atrevimos a
apagar
los aires acondicionados, aunque sin poder bajar del
todo
las ventanas, ya que, las Bayahondas sin peluqueros, le
han
ido ganando al ancho del camino y las espinas, además
de
arañar los carros pueden herir a los pasajeros.
Arribamos
a lo que antiguamente era el primer punto de chequeo de
Guardaparques,
pero estaba desierto; allí solían cobrar un
peaje
y entregaban un explicativo juntamente con el
recibo de pago,
un folleto
sumamente grafico y didáctico, pues hasta un mapa
tenía.
Unos metros más adelante, estaba el letrero de bienvenida, una
puerta de dos hojas,
de las cuales sólo una estaba abierta pero era
suficiente para dar paso a los autos. En la caseta de guardaparques, contigua
a la entrada, no había
vestigios de vida humana, por lo que seguimos nuestro
ascenso
del parque nacional.
La
magia del momento la inicio un guaraguao que nos
sobrevolaba
vigilante, en nuestro progreso, a la par con
el olor a “limpio “que emanan, los pinares de los bosques
de la
Hispaniola. El canto del monte nos obligo a apagar el
radio
del carro, que a estas alturas, sólo sintonizaba
estaciones
en
“creole” con mas parlamento que música. El
camino se
fue
angostando, como hacen las arterias, cuando se llenan
de
colesterol. Llegamos al instante adonde se termino el
pavimento
y se iniciaba un trillo de tierra, que en tiempos
pasados
estaba en mejores condiciones y permitía el
paso de
cualquier
tipo de automóvil; pero, desgraciadamente, ahora
solo
se puede acceder en un todoterreno y mucho tememos
que
cuando llueve habría que esperar a que las aguas de los
charcos
bajen, para luego transitar el escabroso camino.
Con la
brújula de nuestro vehículo, y la
orientación que nos daba la
memoria
-ya no hay carteles de orientación- por fin llegamos al
estacionamiento para
continuar caminando por uno de lostrillos
que
llevan al mirador . Las etiquetas explicativas están destruidas
o borrosas
en mejor de los casos. El
observatorio aparece
repentinamente
, para acoger al peregrino y acompañarle a
percibir el encanto de la hoya de
Pelempito.
Es de resaltar queel
mirador está fabricado en madera noble ya que a pesar del total
abandono,
todavía cumple con la tarea de refugiar -como los santuarios religiosos- para
regocijar el espíritu.
El
regreso fue ligero y todos tuvimos que apagar el roaming
de
los teléfonos ya que por allí entra DIGICEL que es la
telefónica
haitiana, con mucho más fuerza que cualquiera de
las
compañías telefónicas de nuestro país.
Al
llegar al portón de salida notamos que había sido cerrado
con
una gran cadena y un candado aún más grande, nos
detuvimos,
en el puesto del guardacampestre, Justo al lado
de la
puerta había dos figuras: un individuo delgado de
tez
oscura, con una poblada barba, sentado en una silla de
guano,
vestido con pantalones “jeans” y camisa de
cuadros,
portaba
un radio receptor transmisor portátil. La
otra figura,
que
se encontraba de pie, era de buena estatura “color indio”
(de
acuerdo a la clasificación de las cedulas dominicanas)
enfundado
en una especie de uniforme, al cual se le estaban
“riendo”
los botones de la camisa a consecuencia del bienestar
abdominal;
parecía un teletubi ambulante, solo que éste portaba una
escopeta
al ristre, era la viva estampa de un superhéroe
pensionado,
tenía una cachucha enfundada hasta los ojos al
estilo
Cutá Pérez, la misma tenia las siglas y los colores de
un
partido político que otrora fuera la esperanza del decoro
dominicano.
Baje el vidrio del jeep, Tinky Winky se me acercó
y mirándome
con el desdén, de un oficial de migración
del
primer mundo:- Arrastrando fuertemente las erres al estilo
sureño,
me espetó:
¿Ud.
sabía que eto tá cerra’o dede la cuatro e’ la tarde?
A lo
que conteste -no lo sabía pues no hay ni un solo letrero
que
diga nada y cuando pasamos Ud. no estaba en su puesto
para
advertírmelo.
-Lo
que pasa e’ que uno e’ persona y me se
presentó una
necesidá,
¿Ud. pago el derecho de entrada? Me pregunto
- Si
usted no me la cobró sabe que no lo hemos pagado
porque
anteriormente este pago se hacía en la puerta de más
abajo,
se daba un recibo y un folleto impreso a colores, donde
explicaba
todo lo necesario del Parque Nacional de Bahoruco-
-Estamos
dispuestos a pagar sin ningún inconveniente, solo
quiero,
que me den el recibo y el folleto.
-¡Ud.
paso a las tres y cincuenta y cinco! me dijo subiendo el
tono.
-Mire
señor yo ando con unos turistas, usted tiene una
escopeta
en la mano que está moviendo mucho lo cual los
está
poniendo nerviosos, Además, el deterioro de este lugar,
comparado
con años anteriores, es notorio y esto va a ser
reportado
por mí, desde que llegue a Santo Domingo.
Acto
seguido puso la escopeta en el suelo y dijo:-Ud. tiene
razón
eto t’a t’o “devencijao”.
-Deme
los recibos y los folletos y le pagamos inmediatamente
sin
ningún problema - le respondí.
Aquí
no hay n’a d’eso me manifestó – y nos abrió la puerta
diciendo
¡váyense! de muy mala gana.
Después
del desencuentro con las autoridades, nos detuvimos,
para
echar un vistazo a toda la punta de Cabo Rojo y Cabo
Falso,
que desde allí eran visibles; a nuestro lado, se detuvo
un
camioncito “reparteagua” cuya tripulación era dominicana
e
inició la distribución del preciado elemento, a las familias
ocupantes,
no pudimos percatarnos, si era privado u oficial.
El
atardecer se desplomó sobre el oeste, rizando de oro
el
horizonte del Caribe. Un rápido baño nos
alistó, para la
cena
en el restaurant King Crab, altamente recomendado
por
nuestro hermano explorador; una amable jovencita nos
orientó
acerca de las delicias del menú, que no nos defraudó, ni
en
calidad ni abundancia .El lugar estaba bien concurrido:
camioneros
dominicanos, capataces colombianos y venezolanos,
tripulantes de las barcazas chinas, eran parte de
los comensales,
que devoraban con fruición, el buen saborde
esos frutos de mar.
En la mesa contigua unos españoles miembros
de una de
las “ONG del terremoto” comentaban que
siempre que podían y
el río Pedernales lo permitía,cruzaban
a comer “bueno.” a esta
parte “mala.” de la isla.
El
aperitivo lo tomamos en Doña Chava, discutiendo sobre
si
eran compatibles, el turismo y la minería. Al final nos fuimos a la
cama
sin ponernos de acuerdo sobre el tópico
Carlos
H García Lithgow.
FIN
DE LA SEGUNDA PARTE